lunes, 26 de octubre de 2015

El comerciante

    Érase una vez un gran pueblo en el que había un bonito castillo y un alto campanario debajo del cual estaba el pequeño puesto de un comerciante llamado Aurelio, que se dedicaba a vender todo tipo de productos engañando a sus clientes. Un día mintió a un joven llamado Juan diciéndole:

  • Estas son unas semillas mágicas que cuando las plantes brotarán unas plantas que te darán salud y felicidad.
Las semillas eran marrones y alargadas, no parecían nada fuera de lo normal, pero Juan que era un poco soñador se las compró.
Cuando llegó a su casa las plantó de inmediato, estuvo esperando un montón de tiempo, pero no pasó nada. Así que decepcionado se fue a quejar al castillo del rey Luis. Por el camino fue pensando cómo lo había engañado el comerciante y se enfadó con él.
Al llegar al enorme castillo pidió audiencia con el rey y se sentó a esperar, no pasó mucho tiempo hasta que le dijeron que ya podía pasar.
Juan se quedó impresionado al ver al rey ya que había oído las historias que contaban de lo riquísimo que era, pero la ropa que vio que llevaba era mil veces más extravagante de lo que él hubiera podido imaginar.

  • ¿Cuál es el problema, joven siervo?
  • El comerciante que tiene un puesto debajo del gran campanario me ha timado, señor.
  • ¿Cómo te ha timado, joven?
  • Me dijo que éstas eran unas semillas mágicas que me darían salud y felicidad, pero no es así.
  • ¡¡GUARDIA!!
  • Si, señor.
  • ¡Tráeme a Aurelio el comerciante!
  • Si, señor, ahora mismo.

Después de esperar un rato el guardia trajo al comerciante.

  • Siento haberle engañado.
  • Muy bien, como castigo le pagarás el doble del dinero que le costaron las semillas.


Y Aurelio aprendió la lección y no volvió a engañar a nadie.

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