Hace unos pocos días, en un laboratorio clínico en Soria, hubo un gran robo.
Empezó un sábado como cualquier otro…
Empezó un sábado como cualquier otro…
Estaban los científicos en el laboratorio, intentando hacer una vacuna contra el
coronavirus. Ya era el fin del día y no tenían que volver hasta el lunes por la mañana.
Pero había una científica que estaba a punto de crear uno. Se llamaba Isabel. Sólo
había estado en el laboratorio unos pocos meses, pero se notaba mucho su
inteligencia, ya que estaba a punto de terminar esta vacuna tan pedida por el mundo.
Notaba que estaba a punto de terminarlo. Se excitó y llamó a los demás, todos ellos
cansados de una semana intensa de intentos fallidos. Le rodearon y miraron el tubo.
Isabel dijo:
coronavirus. Ya era el fin del día y no tenían que volver hasta el lunes por la mañana.
Pero había una científica que estaba a punto de crear uno. Se llamaba Isabel. Sólo
había estado en el laboratorio unos pocos meses, pero se notaba mucho su
inteligencia, ya que estaba a punto de terminar esta vacuna tan pedida por el mundo.
Notaba que estaba a punto de terminarlo. Se excitó y llamó a los demás, todos ellos
cansados de una semana intensa de intentos fallidos. Le rodearon y miraron el tubo.
Isabel dijo:
- “Casi, casi, casi… ¡¡¡¡¡LO TENGO!!!!!”
Todos gritaron en alegría al pensar en los beneficios de esta nueva medicina.
Levantaron a Isabel sobre sus brazos y cantaron:
Levantaron a Isabel sobre sus brazos y cantaron:
- “¡Isabel, Isabel, Isabel, Isabel!”
Todos se fueron corriendo a la oficina del jefe, sabiendo perfectamente que no se
podía correr y nunca se entraba a la oficina a menos que te llamaban. El jefe siempre
era un hombre muy serio y sombrío, pero cuando le dijeron la noticia primero les
miró; segundo, levantó una ceja; tercero, empezó a sonreír; cuarto, se levantó
lentamente de la silla; quinto, empezó a reír; y por último, se puso a reír
histéricamente y empezó a bailar como un poseso. Todos estaban muy contentos.
Decidieron celebrar con una larga cena y mucha fiesta. Lo malo fue que con la alegría,
se olvidaron de escribir los, digamos, “ingredientes” y cómo lo había hecho. La noticia
rápidamente corrió por toda España, y, al poco tiempo, por toda la U.E. Después de un
rato, por Insta., Twit. y todas las redes sociales. Isabel estaba muy contenta porque
la OMS le había ascendido muchísimo. La MSD quería comprar la vacuna. En ese
momento, básicamente todos los países estaban intentando hacer una vacuna, pero
España lo había conseguido. El lunes, cuando volvieron para hacer más copias para
venderlas, miraron el la caja fuerte, pero estaba rota y la vacuna había desaparecido.
Estaban todos aterrorizados, pero esperaron a que viniera Isabel a por sus cosas
para llevárselas a su nueva oficina. Cuando vino, al principio no se lo creyó, pero
cuando miró en la caja fuerte y vio que no estaba la vacuna, se puso tan pálida que
parecía muerta. Los demás le preguntaron si había hecho un documento o algo que
pusiera lo que había hecho, y no. Se le había olvidado. Inmediatamente, llamaron al
FBI para que investigaran, pero que lo mantuvieran secreto. Al parecer, el ladrón no
había sido muy listo y había dejado rastro de huellas del zapato y huellas dactilares.
Con sus aparatos, dedujeron que nunca había estado en un laboratorio, pues había ido
de mesa en mesa, para mirar todo, después había ido a la caja fuerte, pero había
mirado en todas partes primero. Cuando llegó a la caja fuerte, la había forzado
abierta y se había ido, sin despertar la alarma, que era raro. ¿Cómo podía haber
dejado tanto rastro, pero no había sonado la alarma? Miraron las cámaras de
seguridad. Por alguna razón, se habían congelado todas y se habían descongelado en
el momento que ya no estaba el ladrón. Lo único que tenía sentido es que había un
hacker muy bueno y un ladrón muy malo. Pasaron los días, y cada vez las excusas para
que no vinieran las vacunas eran peores. Empezaban a correr rumores de que no
habían hecho realmente una vacuna, que era solo por destacar a España y que solo
había que esperar a que confesaran. También de que otros países habían robado la
vacuna para ellos. Los científicos estaban cada vez más nerviosos y el caso cada vez
era más lento. De repente, un día vino un agente de la FBI para decirle a su jefe que
habían encontrado al ladrón. Se llamaba P. L. Giménez. Había abandonado España la
noche del robo y se había ido a Rusia, que aparentemente era su tierra. Después de
unos días, consiguieron localizarlo, quitarle la vacuna, devolverla a la OMS y mandarlo
a la cárcel con 50 años de condena. Al poco tiempo, todo volvió a lo normal, la vacuna
se vendió por todo el mundo y vivieron felices y comieron chuletones (las perdices ya
se habían acabado y los chuletones sabían mucho mejor).
podía correr y nunca se entraba a la oficina a menos que te llamaban. El jefe siempre
era un hombre muy serio y sombrío, pero cuando le dijeron la noticia primero les
miró; segundo, levantó una ceja; tercero, empezó a sonreír; cuarto, se levantó
lentamente de la silla; quinto, empezó a reír; y por último, se puso a reír
histéricamente y empezó a bailar como un poseso. Todos estaban muy contentos.
Decidieron celebrar con una larga cena y mucha fiesta. Lo malo fue que con la alegría,
se olvidaron de escribir los, digamos, “ingredientes” y cómo lo había hecho. La noticia
rápidamente corrió por toda España, y, al poco tiempo, por toda la U.E. Después de un
rato, por Insta., Twit. y todas las redes sociales. Isabel estaba muy contenta porque
la OMS le había ascendido muchísimo. La MSD quería comprar la vacuna. En ese
momento, básicamente todos los países estaban intentando hacer una vacuna, pero
España lo había conseguido. El lunes, cuando volvieron para hacer más copias para
venderlas, miraron el la caja fuerte, pero estaba rota y la vacuna había desaparecido.
Estaban todos aterrorizados, pero esperaron a que viniera Isabel a por sus cosas
para llevárselas a su nueva oficina. Cuando vino, al principio no se lo creyó, pero
cuando miró en la caja fuerte y vio que no estaba la vacuna, se puso tan pálida que
parecía muerta. Los demás le preguntaron si había hecho un documento o algo que
pusiera lo que había hecho, y no. Se le había olvidado. Inmediatamente, llamaron al
FBI para que investigaran, pero que lo mantuvieran secreto. Al parecer, el ladrón no
había sido muy listo y había dejado rastro de huellas del zapato y huellas dactilares.
Con sus aparatos, dedujeron que nunca había estado en un laboratorio, pues había ido
de mesa en mesa, para mirar todo, después había ido a la caja fuerte, pero había
mirado en todas partes primero. Cuando llegó a la caja fuerte, la había forzado
abierta y se había ido, sin despertar la alarma, que era raro. ¿Cómo podía haber
dejado tanto rastro, pero no había sonado la alarma? Miraron las cámaras de
seguridad. Por alguna razón, se habían congelado todas y se habían descongelado en
el momento que ya no estaba el ladrón. Lo único que tenía sentido es que había un
hacker muy bueno y un ladrón muy malo. Pasaron los días, y cada vez las excusas para
que no vinieran las vacunas eran peores. Empezaban a correr rumores de que no
habían hecho realmente una vacuna, que era solo por destacar a España y que solo
había que esperar a que confesaran. También de que otros países habían robado la
vacuna para ellos. Los científicos estaban cada vez más nerviosos y el caso cada vez
era más lento. De repente, un día vino un agente de la FBI para decirle a su jefe que
habían encontrado al ladrón. Se llamaba P. L. Giménez. Había abandonado España la
noche del robo y se había ido a Rusia, que aparentemente era su tierra. Después de
unos días, consiguieron localizarlo, quitarle la vacuna, devolverla a la OMS y mandarlo
a la cárcel con 50 años de condena. Al poco tiempo, todo volvió a lo normal, la vacuna
se vendió por todo el mundo y vivieron felices y comieron chuletones (las perdices ya
se habían acabado y los chuletones sabían mucho mejor).
Fin
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